“Hace tiempo que escribí todo lo que tenía que decir. Y no me arrepiento, odio la fama”
PEDRO G. CUARTANGO | Publicado el 08/01/2010
Tiene los ojos azules. Su blanca cabellera resalta un rostro con arrugas. Viste un traje de cuadros negros y añiles. Es ágil y menuda. Acaba de cumplir 74 años y parece una venerable abuela. Estamos frente a frente en un restaurante de Getafe. Ella bebe vino blanco de Rueda. Se expresa en un perfecto inglés. Maj Sjüwall, la reina de la novela policíaca sueca y la antecesora de Henning Mankell y Stieg Larsson, publicó junto a su marido, Per Wahloo, diez novelas entre 1965 y 1975, que tuvieron un enorme éxito. Ahora, el éxito de Larsson ha resucitado el interés por obras como Roseanna o El hombre que se esfumó, reeditados en España por RBA los últimos dos años, con ventas asombrosas. Sjüwall (1935) expresa su fascinación por el cielo de Madrid y se lamenta del tiempo de Estocolmo, su ciudad natal y el lugar donde se desarrollan todas sus novelas: “Allí siempre está lloviendo y hace un frío terrible”.
-Me parece que Roseanna, su primera novela, es la más actual porque trata el tema de la violencia de género. Una mujer es secuestrada por un psicópata y su cadáver aparece flotando en las aguas...
-Sí, creo que se puede decir que es una novela actual. La única diferencia es que el detective que investiga aguarda tres horas en conseguir una conferencia telefónica con Estocolmo. Si se despoja a la novela de estos detalles, creo que es moderna y en cierta forma recoge los temas de los que se ocupa Larsson, aunque no hay ordenadores ni internet.
-Usted escribió diez novelas en diez años. En 1974, murió su marido, Per Wahloo, y usted dejó de publicar. ¿Por qué?
-Mi marido estuvo muy enfermo durante los últimos cuatro años de su vida. Al morir me tuve que dedicar al cuidado de mis dos hijos pequeños. El fallecimiento de mi marido me afectó profundamente. Estuve muy deprimida durante esa época. No tenía tiempo ni ganas de escribir. Luego me di cuenta de que todo lo que tenía que decir ya lo había dicho en esas diez novelas. Trabajábamos en equipo, discutíamos juntos las tramas y los personajes. No tenía sentido seguir sin él. Así que deje de escribir novelas policíacas y me dedique a hacer algunas traducciones, a escribir relatos y un libro con Thomas Ross. Nunca me he arrepentido. Entre otras cosas, porque siempre he odiado la fama, esa parafernalia que rodea el éxito literario. Sencillamente, opté por la tranquilidad y el anonimato. Lo mejor era permanecer en silencio para alejarse del bullicio.
Mankell y Larsson al rescate -Lo cierto es que durante más de 20 años sus obras permanecieron en un relativo segundo plano y ahora vuelven a leerse gracias a los éxitos de Mankell y Larsson. Siendo una escritora de gran calidad, ¿no le parece una curiosa paradoja?
-Bueno. Mankell ha reconocido siempre nuestra influencia sobre su obra. Es verdad que me ha venido bien su éxito y el de Larsson para que se volvieran a leer mis novelas. Pero mi manera de escribir es distinta.
-Creo que el inspector Martín Beck, el protagonista de sus novelas, se parece mucho a Kurt Wallander, el policía de Mankell...
-Así es. Son muy parecidos. Martín Beck es un hombre que ha superado los 50 años, tiene barriga, padece del estomago y se lleva fatal con su mujer. Tiene una mente muy analítica y es respetado por sus compañeros. Wallander es de la misma edad, tiene diabetes, bebe demasiado y se ha separado de su mujer. Ambos carecen de ideas políticas, pero observan con inquietud la evolución de la sociedad sueca. Son muy críticos con sus jefes y la estructura policial. Están desencantados.
-Eso nos lleva a la cuestión de su militancia en el Partido Comunista y de su rechazo hacia Olof Palme y la socialdemocracia sueca. ¿No era difícil vivir en su país en aquella época con sus ideas revolucionarias?
-No. Había muchos jóvenes que pensaban como nosotros. En los 70, había en Suecia grupos comunistas, maoístas, trostkistas, leninistas y de todo tipo de tendencias de extrema izquierda. Era una forma de rechazar una socialdemocracia que se había vuelto conservadora y que había renunciado a sus principios. No olvide que era la época de la guerra de Vietnam. La sociedad sueca era extremadamente conservadora y egoísta a pesar de su apariencia.
-Sus ideas se notan en sus novelas, en las hay una clara denuncia política de esa hipocresía de la sociedad sueca...
-Sin duda. Elegíamos los temas para analizar y criticar aquello que no nos gustaba. Nuestras novelas eran más políticas que policiales. Eso es lo que pensábamos nosotros. Nunca nos etiquetamos como escritores de novela policiaca y criminal. Le voy a contar una anécdota: me convocaron a una reunión en un hotel de Estocolmo de la asociación de escritores de novela negra sueca. Yo dije que no me consideraba una autora de este género y me dijeron que me fuera de allí. Bajé al bar del hotel y me encontré con una mujer de mediana edad que bebía whisky: era Patricia Highsmith. Nos pusimos a hablar y nos hicimos amigas.
-¿Cómo era Highsmith?
-Era encantadora y amable. La visité varias veces cuando aún vivía en París. Le gustaban mucho el whisky y los gatos. Me parece una gran escritora por la habilidad con la que creaba ambientes y describía las emociones. Era magnífica para contar las situaciones que se crean en ambientes cerrados. Me parece muy conseguido el personaje de Ripley y creo que una de las mejores novelas del género es Extraños en un tren, llevada al cine por Hitchcock.
-Se ha dicho que sus novelas son muy parecidas a las de Ed McBain. ¿Está de acuerdo?
-Bueno, yo no conocía a McBain cuando escuché estos comentarios. Leí sus novelas y ví que era cierto. Hay una similitud. Me gustaron sus novelas y las traduje al sueco. Años después, conocí a McBain en Nueva York. Me invito a comer junto a su mujer. Nada más sentarnos en la mesa, ella le cogió fuertemente del brazo y empezó a hablar. Estuvo así durante dos horas. Comprendí por qué la mujer del detective creado por McBain era sordomuda.
-¿Cuáles son sus referencias literarias? Dígame tres nombres...
-Le diré solamente uno: Fedor Dostoievsky. Era un fantástico creador de personajes y un precursos de la novela policiaca. Crimen y castigo es una obra increíble. Nadie ha superado su capacidad de penetración psicológica.
Otros maestros del género -¿Qué opina de las novelas de misterio inglesas?
-Nunca me han interesado. Me parecen muy flojas y artificiales.
-¿Le gusta Simenon? A mí me parece un gran escritor, aunque soy consciente de que sus novelas no tienen apenas puntos en común con las suyas...
-No. No me gusta demasiado, aunque hay libros suyos que me parecen buenos. Me gustó, por ejemplo, El hombre que veía pasar los trenes. Su vida me parece terrible, Era un hombre adicto a la prostitución y que tenía unas relaciones muy complicadas con las mujeres. Un año antes de su muerte, me dieron un premio en Italia. Me lo tenía que entregar Simenon, pero al final no pudo ir porque ya estaba muy enfermo. El premio era una especie de horrible perro de Baskerville. Me imagino a Simenon con ese monstruo en las manos. Hubiera salido corriendo al verle con ese engendro. Simenon era un maniático, colocaba sus lapiceros en la mesa antes de escribir y exigía absoluto silencio. Contaba muy bien la mentalidad de la clase media francesa, escribía con economía de medios, pero no me fascina.
-¿Cuál es su escritor de novela negra favorito?
-Hillary Waugh, un escritor americano nacido en los años 20. Escribió media docena de novelas muy buenas. No es demasiado conocido en Europa, pero es un gran escritor que refleja las miserias de Estados Unidos.
-¿Qué le parece la gran novela negra clásica americana?
-Que es extraordinaria. Me encanta Raymond Chandler, que es el maestro del género. Sus tramas son demasiado complicadas, pero su manera de escribir, su gracia, es incomparable. El largo adiós es una maravillosa novela por sus personajes. También he leído a Hammet y Ross McDonald, que son muy buenos. Me parece que son los tres grandes de la novela negra clásica.
El abrumador Bergman -¿Conoce usted a escritores españoles del género como Vázquez Montalbán?
-No. No han sido traducidos al sueco. Mi país es muy pequeño y hay muchas cosas que no nos llegan.
-Sin embargo, Suecia ha producido grandes escritores y cineastas. Ahí esta la gran figura de Ingmar Bergman, cuyas películas nos fascinaron a una generación.
-Bergman me resulta abrumador. Tenía demasiado poder en Suecia. Cualquiera que quisiera ser actor, tenía que obtener su aprobación. Su cine no me interesa. Me parece demasiado místico. Su figura no era simpática para los jóvenes suecos en los años 70. Resultaba demasiado cargante, aunque Fanny y Alexander me parece una gran película, que refleja el espíritu en el que fueron educados los suecos de mi generación.
- Me sorprende lo que dice porque yo lo considero un gran maestro del cine...
-Sí, sé que era muy seguido en España e Italia, donde fascinaban sus obras. Pero en Suecia le veíamos de otra manera. Yo era compañera de clase y amiga de Bibi Andersson cuando teníamos trece o catorce años. Ella estaba ya enamorada de Bergman y quería trabajar con él. A mi me gustaba mucho más All Sjüberg, gran director y dramaturgo, muy apreciado en mi país, pero menos conocido fuera.
-Por cierto, al mencionar a Bergman, he recordado que El policía que ríe fue llevada al cine...
-Sí, la filmó Stuart Rosenberg a principios de los 70. Pero no funcionó. La novela se desarrolla en Estocolmo y él la trasladó a San Francisco. El criminal en la novela es un mafioso que busca borrar huellas y en la película es un psicópata que maneja una metralleta. No salió nada bien, pero me permitió conocer a Walter Matthau, que es un actor y una persona fuera de serie. La experiencia fue divertida. La verdad es que es muy difícil llevar al cine una narración literaria. Casi nunca funciona. Pienso en Kenneth Branagh haciendo de Wallander... Es raro. Me parece que fue un error elegir esa película porque la novela narra el proceso mental de investigación de un crimen. Es muy importante la relación entre Beck y sus compañeros y eso no se cuenta en el film de Rosenberg, que era un buen director, con mucho oficio.
El secreto de la eterna juventud -Cambiando de temas y entrando en asuntos más personales, ¿cuál el secreto de su vitalidad?
-Viajo, conozco gente joven y me enriquece conversar con personas como usted. Es importante no hacer siempre lo mismo. Me da la impresión de que sigo teniendo veintisiete años y medio. Creo que todas las personas de mi edad siguen pensando que no han pasado de esa edad. Hay un desajuste entre la cabeza y el cuerpo que no se puede remediar. Pero me encuentro muy bien y con ganas de hacer muchas cosas...
-Yo leí sus novelas hace 30 años, cuando fueron editadas por Noguer. Me produce una sensación extraña hablar de ellas y estar con usted... Tengo que decirle que las he vuelto a leer y me parece que no ha pasado el tiempo por ellas.
-Le agradezco sus palabras. Creo que es cierto que la buena literatura no envejece. Cambian las circunstancias y la técnica, pero los sentimientos humanos permanecen.